Juguemos a ser unos extraños

Los días le resultaban aburridos y parecía no haber nada para poder remediarlo. Estaba un poco melancólica y el pasado le apretaba los pulmones amenazándola con ponerse a llorar. Sí, la chica del gorro de Moscú también tiene días malos y sabe perfectamente quien los puede remediar. A veces, a la chica del gorro de Moscú le da por garabatear palabras en folios en blanco, pero la sorpresa se la ha llevado al ver una extraña invitación que la retaba a que se hiciesen pasar por unos extraños; un juego diferente. Por supuesto, estaba firmado por el chico de la sonrisa bonita. A la chica del gorro de Moscú le hizo gracia y decidió aceptar, por supuesto. Él escribía palabras bonitas que la chica se permitía pensar que eran para ella durante unos minutos, en aquel juego sin normas. Sabía que estaban jugando, pero la cohesión entre sus textos era tan perfecta que la hacía sonreír cada vez que leía sus palabras. Sus miradas se entrelazaban cuando se topaban en cualquier sitio y el chico sonreía, ¡aquellos ojos de la mirada que hechizaba eran tan expresivos! Una tarde, la chica del gorro de Moscú encontró una nota entre sus folios que cantaba con voz dulce: Debería darle gracias a los dioses si estás leyendo esto, porque entonces habrán cumplido mi petición. Llevo días recitándole algunas tonterías a una chica que lleva un vistoso gorro de Moscú, no sé si la conoces. Una chica un poco extraña, pero que está volviendo loco a este pobre extraño. Sabes, creo que deberíamos conocernos. (¿Has visto? Esta vez no he dicho que estamos hechos el uno para el otro) –ella se reía mientras que le imaginaba escribir aquello-. Estaría bien que curases a este pobre demente que deambula solitario por las calles, ya sabes; quizás unas simples palabras le devuelvan la cordura, aunque me temo que luego necesitará más. Si está claro, el remedio es peor que la enfermedad. ¿Te veo en el tercer pasillo, a la hora de siempre? No llegues tarde y no te olvides de traer una sonrisa en la cara, no sé donde la has dejado estos días.
La chica del gorro de Moscú se reía, ambos estaban locos y no había solución posible para ellos mientras sus miradas se enlazasen día sí y día también. Por supuesto que se reunió con él, quizás llegando dos o tres minutos tarde, pero se había olvidado de algo importante.

-¿Y la sonrisa? –le dijo con una risa suave el chico-. Si no sonríes el extraño también se entristecerá.

Instintivamente la chica sonrió y él se echó a reír. Ella no se podía ni imaginar lo mucho que le gustaba aquella sonrisa al chico.

-¿Y que es lo que le pasa a ese pobre extraño, que tanto precisaba de mi ayuda? –le preguntó ya sin perder la sonrisa.

-Él empieza a creer que le has echado alguna clase de maleficio, esa necesidad que tiene de saber de ti y de protegerte tras un fuerte abrazo no es algo normal en él. Tienes algo que llama a todo el mundo, pero a él le grita y hace que no le dejes la mente libre ni un minuto.

-Oh, eso también lo hace él, ¿a caso no te lo ha dicho? –dijo riendo.

-¿Ah, sí? Pues no tenía yo constancia de eso –rió con ella-. Creo que lo mejor que puedes hacer es cerrar los ojos y dejarte ir con el chico extraño.

-Mi madre siempre me dice que no hable con desconocidos –le contestó sin dejar de reírse.

-Por una vez fíate de uno, de éste en concreto. Me ha dicho que tiene una sorpresa para ti.

-¿Una sorpresa, qué es? –preguntó y cerró los ojos obedeciendo.

-Un segundo, no seas impaciente –imaginó como sonreía frente a ella.

La chica del gorro de Moscú casi era capaz de contar las milésimas de segundo que él estaba perdiendo mientras que su corazón martilleaba en su pecho con los nervios a flor de piel. ¿Pero a que no sabes lo que ocurrió? Venga, piensa un poco y lograrás acertarlo. La chica del gorro de Moscú podía imaginarse al chico de la sonrisa bonita frente a ella, observándola como si fuese única en el mundo y casi derritiéndose al notar que le temblaban levemente las manos debido al nerviosismo. Podía imaginarse rozando su cara y cerciorándose de que era tan suave como parecía, sosteniéndola entre sus manos como si fuese de cristal, pero en el instante en que sus dedos iban a rozar su cara, en efecto; el timbre volvió a sonar. La chica del gorro de Moscú abrió los ojos riéndose y vio al chico con los puños apretados y con cara de enfado.

-Pensé que habías dicho… -comenzó a decir la chica, pero él finalizó sus palabras.

-…no más timbres –le sonrió, despidiéndose con un movimiento de cabeza mientras que aún cerraba sus puños fuertemente.

Aquel timbre estaba dispuesto a fastidiarle la existencia.
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4 comentarios:

  1. IN-CRE-I-BLE! :D
    adoro de una manera especial a esa chica tan extrambótica y a su gorro de moscú! :D
    cuentame otra de sus historias a cambio de estas palabras anda! ^^

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  2. Maldito timbre, me ha fastidiado hasta a mi!
    Genial, como siempre, no necesitas que te lo diga :)
    un beso!

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  3. los timbres que hacen esas cosas deberían estar prohibidos jobá!

    Un muak :3

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  4. contra el pasado que aprieta los pulmones, pastel de arándano y leche caliente.


    (te dejo
    una sonrisa
    de mamut)

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