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Aquel lugar era extraño, tenía su magia especial, todo el mundo lo sabía, todo el mundo lo temía. Estaba en el centro del pueblo, en la encrucijada de todas las calles y todos los pensamientos. La gente bordeada aquel pequeño pulmón en medio del pueblecito, lleno de árboles y preciosidad. Pero oscuridad en el fondo. 

Los que se atrevían a entrar –o los que entraban sin querer- no volvían como eran, como habían sido en un pasado. Había miles de leyendas sobre ese sitio pero solo una era cierta, solo había una que daba miedo, no por monstruos terribles, sino por lo que ocurría allí. Os la contaré, si os apetece pero no me haré responsable de vuestras pesadillas. 

“Eran una pareja de adolescentes, 18 años, que un día se habían escapado de los campos con la idea de ir a aquella zona del pueblo tan conocida. Se creían valientes, porque las leyendas no les daban miedo, no eran más que historias de viejas. ¿Y a quién le da miedo un cuento? Entraron en aquel parque, era grande y al ver que no pasaba nada cuando pusieron los pies en la tierra, sonrieron. Se tomaron de la mano más fuertemente, iban a cruzar aquel trecho de punta a punta y saldrían otra vez al pueblo. Les contarían a todos sus habitantes que no pasaba nada si entraban allí, ¡no era más que un cuento! 

 Los primeros pasos fueron dudosos, pequeños, acongojados pero a medida que se metían en la espesura de los árboles, increíblemente, se le iban pasando los miedos. Pero otras cosas se acrecentaban. Notaban las hojas de los árboles más grandes que de costumbre pero se dijeron a sí mismo que serían una especie especial de árboles. Pero los sonidos de los pájaros, de los animales, se hacían cada vez más fuertes. Y aquello ya empezaba a dar miedo. No veían nada salvo árboles y la poca luz que se filtraba entre las copas de los árboles. Parecía de noche, invierno. Hacía frío y se les calaba en los huesos. Quizás habían perdido, tanto la salida como la cordura. 

Llegaron a un punto, quizás el centro de aquel misterio en que les empezó a doler el pecho, el corazón, tirándolos al suelo. No se soltaron la mano, no en aquel instante y el dolor se acrecentaba. Las leyendas contaban que en aquel lugar todo se magnificaba, se hacía grande, inmenso, monstruoso. Se hablaba de pájaros gigantes, gusanos del tamaño de caballos. Pero jamás de sentimientos. Era el amor por ambos el que les hacía daño. No les cabía en el corazón todo el amor que se tenían el uno por el otro. Y ambos se dieron cuenta y dolía, ahora más, ¡como si fuese posible! Se amaban con fuerza, dolorosamente, dejándolos sin respiración, tirados en la tierra húmeda. Se miraban a los ojos, con lágrimas de dolor y de amor. 

Querían salir de allí, debían salir de allí cuanto antes. Pero no sabían cómo. Solo juntos podrían. O quizás por separado. No lo sabían pero dolía. Y decidieron salir juntos, con el dolor clavado en su pecho, arrastrándose por el suelo porque les temblaban las piernas de amor. No se sabe el tiempo que tardaron en salir de allí, horas, días, semanas, meses. Se incrementaba el hambre y la sed pero también las ganas de salir de allí con vida. Eran sentimientos tan contrapuestos que se miraban a los ojos, con arrugas interrogantes. El dolor con el amor, el cansancio con la alegría. 
 Quizás fue una alucinación cuando vieron de lejos las casas del pueblo de nuevo. Con sus últimas fuerzas se pusieron de pie, dieron dos pasos, salieron del bosque y cayeron rendidos otra vez, esta vez ya en los adoquines de la calle. La gente corría, con agua en sus tinajas, gritando, asustados, asombrados. Los dos enamorados se miraban pero no decían nada. Jamás volvieron a decir nada después de aquello”. 

Si ya se sabe, que al salir de aquel bosque, de aquel parque nadie volvía a ser quién era. Por esa razón, no le pudieron contar a sus vecinos lo que habían visto –tanto por estar sin habla ni por saber escribir-, lo que habían sentido. Habían descubierto el amor verdadero. El que duele pero sana las heridas, el que te hace levantarte cuando estás en el suelo, el que te alimenta cuando estás famélico. 

 A los dos enamorados tampoco les hacía falta hablar. Se entendían con la mirada, podían tener conversaciones solo con sus pupilas entrelazadas. Y aunque el sufrimiento había sido largo el amor que vivía en ellos sería eterno.

¿Y cómo sé esto? Te preguntarás, si ellos no podían contárselo a nadie. Soy la magia de ese lugar, la naturaleza en puro estado, el amor absoluto, indescriptible, interminable.





Es un texto que he presentado en el chall de http://kaleidoscopio.foroactivo.com/ ¡Pasaros, os encantará!  
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Look at me now


Es una mirada inteligente aunque no es de esas que se ve a primera vista. Tienes que quedarte mirando a hurtadillas, sin que se entere, porque sino vendrá el tono burlón y el brillo de la mirada se convertirá en juego. Bueno, brillo en la mirada cuando lo consigues captar, porque a veces hay una catarata de pena que te nublaba a ti mismo, desde la pupila al corazón.

Son ojos marrones, de esos que al parecer son comunes. Quizás con un poco de miel cuando sale el sol y tono café por las noches, pero son bonitos. Tan bonitos como difíciles. Tan difíciles como expresivos.

Son ojos de persona mayor, de alguien sabio, tienen un tono (casi un sabor) añejo, de tener la respuesta a todo y de haber visto desde dinosaurios hasta extraterrestres.

A veces te miran con cariño, otras con clara expresión de "eso no" y alguna que otra intentan imitar la mirada de gatiiiiitos pero eso sí que no lo consiguen (ni poniendo caras ni nada). Hay veces que tienen sueño y otras un hambre voraz que echa hacia atrás (pero, de todas formas, un hambre bonita).

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Auch


Decía que la única forma de sentir algo era el dolor. ¡Que equivocada estaba! 

Me la encontré un día, mejor dicho, una noche, sentada en el bordillo de una sucia calle con la mirada perdida en alguna piedrecita del asfalto. Me senté a su lado y no dijo ni mú. Llevaba una falda por encima de las rodillas, blanca, aunque estaba llena de jirones y manchas de Dios sabe qué. Tenía las piernas arañadas, mucho pero no había sangre. En un primer momento me asusté, me dio un vuelvo el corazón, aquello tenía que doler, mucho. Parecía un gatito abandonado, allí sentada, a la espera de algo o de alguien. O quizás de nada en especial.

-Es mi forma de sentir algo -dijo de repente, sin que yo dijese nada.

Me quedé un poco aturdido, sin sacar la vista de sus piernas demacradas, con una belleza dolorosa, de piel clara pero magullada, con moratones y cortes, con rastros de uñas y desazones.

-¿Has probado con alguna otra cosa? ¿Cariño?

-Eso hace mucho más daño, a la larga -lo dijo con desprecio, con dolor, con asco, con mucha historia por detrás. 

La seguí mirando, sus heridas y me entraron escalofríos. Cuánto dolor, cuánta equivocación. Cuánta necesidad, de personas, de atención, de amor, de algo.  
La miré a los ojos y le sonreí. Un intento de contestación casi salió de sus labios pero no fue nada, al fin y al cabo, no debía de estar acostumbrada a sonreír. Cariño, cariño le iba a dar.


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Adiction




Ser un vicio es muchísimo más que tener una necesidad, miles de millones de galaxias  de obsesión. Es desgañitarse las neuronas pensando en una persona, que el eco de cada latido de tu corazón pronuncie su jodido nombre. Es más que todo eso. Es un no poder vivir sin unas palabras, sin una sonrisa, sin una mirada, sin una calada. Sin un abrazo, sin un beso en los dedos, sin un hearthand.



Y es que fúmame, quiero ser tu jodido vicio totalmente confesable. Que grites a los cuatro vientos que no quieres a esas zorras y que la única droga que necesitas son mis labios.
Que subas de nivel, que te vuelvas un adicto, que necesites de mí 25 horas diarias, que 24 no dan para nada. Y esnífame para luego decirme que te he jodido el tabique emocional y que aún por encima quieres cogerte un coma etílico de mí.

Y que yo haga lo mismo, que seamos unos jodidos yonkis uno del otro, porque no hay nada más adictivo que tu esencia y la mía juntas y no hay peor mono, peor castigo, de que te falte un cacho dentro de ti.

Inseparables. Como el cigarro del humo. Como el vicio de la satisfacción. Como un te y un quiero.


T u m b l r  · F o r m s p r i n g . m e  · F l i c k r

¡Y por cierto, mi blog cumplió el 28 dos añitos! *-*
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Rendirse y perderlo todo. Rendirse y ganar.
 Apostarlo todo a una baza y salir vencedor. Apostar todos tus planes y verlos arder en el olvido.

Es un temblor que se te escurre por la espalda y te hace encogerte, abrazarte las rodillas y cerrar los ojos. Un comienzo de taquicardia, una respiración acelerada y un corazón que bombea la sangre que te quema en las venas y hace eco en tus oídos. Es una mano en la frente, con los ojos cerrados todavía apretados fuertemente, es un suspiro enfadado y el golpe de las palmas de la mano chocando contra el suelo. Es el sudor frío que se escurre por las palmas de las mismas en lo que se ha convertido la sequedad de tus labios y tus ojos se abren, al mismo tiempo en que sientes ganas de chillar pero te das cuenta de que ya no te queda aire en tu interior y respiras profundamente desbocando a tus pulmones. 

Es la sensación de apostar, de dejarse llevar, de creer en lo imposible y revelarte contra los tópicos de la sociedad.



Y yo he apostado fuerte y creo que de momento voy ganando. 

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Y me fumo cada uno de tus comentarios, me llenan los pulmones de libertad. Me envenena mi imaginación, me matan tus palabras y me revive tu sonrisa; me vuelvo loca, me vuelven loca y me vuelves loca.
Me enfado, sonrío; me enfado, me río.


Me quemo, te quemas, arde mi alma, la tuya, la noche y la Luna. 

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Es como un fuego artificial en el cielo. Primero brilla, hace que entrecierres los ojos para mirarla fijamente aunque te lloren de puro gozo, justo antes de apagarse una milésima de segundo para después explotar ante ti; provocativa, desnuda, deslizándose sobre el firmamento y creyendo que caerá sobre ti.  Sonríes aunque se te dilaten las pupilas cuando no dejas de mirarla fijamente, te retumban los oídos con su sonido pero te gusta, te encanta.Todavía puedes recordarla en tu cabeza si cierras los ojos, se proyecta su luz en tus párpados cerrados.
Siempre te ha gustado compararla con los fuegos artificiales, pura pirotecnia, pura pólvora cuando el alcohol es el detonante. 

La perfección en la combinación cromosómica, los veintitrés pares acertados, los genes más bonitos disparados hacia el firmamento para bailar al ritmo de los estallidos ajenos, de los jadeos y griteríos foráneos. 


Es lo que tiene ser preciosa y bailar en una barra de streptease con billetes de cien dólares colgando de lo que queda de tu ropa interior. 
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G. Gominolas



Me he levantado nostálgica entre cartas y recuerdos, entre olores y sonrisas. Me he dado cuenta de que no existe el amor para toda la vida ¡es realmente imposible! Que te sigo queriendo, aquí y ahora y por eso espero que no sea para siempre porque este sentimiento es más doloroso que estar en el mismo infierno.  Te quiero es un presente, es un ahora, es un necesito todo aquello pero no creo en mí misma. Me asusta la monotonía de una vida pero quiero tener un poco más de aquellos autómatas besos, que por mucho que me duela más allá de lo que los ojos captan, no creo en el amor infinito. Y es que no quiero creer en él, abrasada entre recuerdos apasionados y sonrisas envenenadas con un poco de terrible y tuya dulzura. Que no quiero pero te quiero, que no creo en el amor para toda la vida pero lo quiero y lo creo contigo. 
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Medicina sin mentiras, medicina para el corazón

Temblores candentes






Me gustan los corazones con una pizca de taquicardias, de esos que siempre laten rápido, los que siempre están bailando, los que siempre gritan con cada latido. Corazones salvajes, de esos que los sueltas y es imposible volver a pillarlos, que se meten por cada recoveco de tu cabeza, de tu alma o de la habitación ¡y ya puedes llamar a los busco(r)razones para que lo encuentren!

Yo soy uno de ellos y nos dedicamos a buscar corazones que se han perdido, que los han regalado y los han dejado abandonados. Es un trabajo triste esos días, cuando los encuentras encogidos entre un montón de muñecos con cara de pena, con el ventrículo derecho más rojo de lo normal por culpa de las lágrimas pero sueles quitarle una sonrisa y un latido profundo cuando les dices que hay unas diez mil corazón-personas que estarían dispuestas a bailar con él un tango a ritmo de sístole y diástole y ¡pof! Antes de que te des cuenta persona y corazón han dejado el helado de chocolate de lado y salen a la calle con una sonrisa, con los corazones latiendo rápido y con la risa volando por el aire. El problema es cuando ocurre al revés, corazones salvajes que se esconden entre las costillas, que se meten allí y no los das sacado de allí ni con la promesa de un buen chocolate caliente.

Me han dicho que el de hoy ya lo habíamos rescatado una vez, debajo de una manta calentita y que aunque había parecido curado, parece ser que ha vuelto a las andadas. Voy a ver a mi paciente, a mi corazón-persona (que aunque hubiera parecido que no, siempre, siempre van cogidos de la mano) y me digo que no puedo perder esta batalla. Ni ella ni yo. Pregunto lo de siempre, qué es lo que ha pasado, cómo dejas caer esas lágrimas por esa tontería, crees que eso es importante… Como bien decía, aparte de buscar corazones también buscamos razones. Los corazones son fáciles de encontrar, sus latidos mezclados con la pena más absoluta resuena con cada latido y suelen ser fáciles de localizar… Pero ¡ay! las razones. Esas sí que son complicadas. Razones para olvidar, para salir corriendo con corazón indómito a buscar otros corazones saltarines, unas ganas nuevas de vivir, un baile a ritmo de latidos y carcajadas. Esas se esconden en lo más profundo del alma y a veces también tenemos que hacer de exploradores. No sabes lo perdidos que nos ponemos de tristeza cuando nos aventuramos por esas cuevas oscuras llamadas soledad pero merece la pena cuando vuelves con unas cuantas razones que hagan sonreír a tu enfermo.
Pero hoy no soy el que hace las preguntas. Me he olvidado el cubremociones en casa y ella ha visto todos mis sentimientos, todo lo que me recorre por dentro nada más mirarme a los ojos. Jamás había visto una mirada con semejante intensidad, aquellos ojos verdes que irradiaban una fuerza y una pena abismales. Estoy seguro de que no existirá jamás nada mejor que el roce de sus ojos sobre mi piel. Que el paraíso existirá mientras funda su mirada con la mía y el apocalipsis tendrá lugar durante los míseros segundos en que parpadee. Que si sus pupilas son el abismo, que se me clave en los huesos, que me trague, que jamás encontraré luz tan clara hecha de esa plena oscuridad.

Y aunque se ha dado cuenta de que todas las preguntas, todas las promesas y todas las palabras bonitas que le decimos no sirven de nada, que la vida sigue siendo como es y unas palabras adornadas con cínico cariño no curan el daño de aquellos que hacen entristecer corazones, me dan ganas de arrancarme la poca felicidad que yo mismo tengo en el cuerpo y regalársela como el mayor tesoro que jamás le podrán conceder porque  te aseguro que tiene que ser pecado que esos ojos estén bañados en tal mar de penurias. Que no es un paciente más de mi lista de corazones tristes, ella es mi mismísima salvación y sabe que a mí tampoco me hace efecto nuestra estúpida palabrería; que me he vuelto inmune a esas sartas de mentiras, esos remedios que esconden dolores pero que no curan y para ella tampoco son suficientes. No es de esos corazón-personas que se dejan engañar tan fácilmente. Es lista, el dolor la ha hecho inteligente.

 A veces, los corazones se unen y se convierten en un mismo conjunto de sístole y diástole, la verdadera unión en la que no podría existir jamás el uno sin el otro. Para irse de paseo juntos a buscar razones por las que bailar, por las que gritar con cada latido, para ser salvajes, para tener una pizca de taquicardias cuando se miran a los ojos. A veces, los busco(r)razones también necesitamos de nuestra propia medicina. La de verdad, las que no son promesas infundadas. Todos necesitamos un corazón con taquicardias de cariño que nos quite las penas del nuestro después de ver tantos llantos, que baile con nosotros a ritmo de pum-pum, pum-pum, pum-pum, que regale carcajadas de cosquillas, de esas que nacen en el alma, gritan en el corazón y sonríen en los labios.

Y brindemos juntos, corazón, por y con esta droga a la que llaman amor.  Medicina sin mentiras, medicina para el corazón. 


Mención del Certamen Rosa Gómez 2011. 
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Piezas mellizas de un puzle

Hidden Smiles


Hacía las pizzas como si fuesen para dos y les echaba orégano como si hiciera cuatro. Casi era capaz de escuchar el sonido de la masa al chamuscarse un poquito pero se mezclaba con el ruido de una guitarra en la habitación de al lado. Era su otro yo, casi su alter ego, la parte más serena de ella. Eran complementarios pero de verdad, de esos que los ves cogidos de la mano y parecen dos piezas mellizas de puzle, de esas que ya vienen unidas de fábrica y te sacan una sonrisa al encontrarlas. Ella adoraba la pizza y él, por supuesto, detestaba cualquier cosa sinónima de comida basura. Tan solo comía una o dos galletas cuando a ella se le daba por cocinar, que eran veces contadas. Cenaban por separado todos los días menos los sábados. Ella no soportaba el olor de las verduras y todas esas cosas raras que él engullía y por supuesto, el chico era incapaz de verla comer aquella comida tan poco saludable. Solía tocar la guitarra en aquellos momentos, cuando no comían juntos y acostumbraba a componer algo nuevo que le cantaba en el postre (café para él y colacao para ella). Nadie entendía como se soportaban mutuamente pero tampoco nadie se los podía imaginar por separado. Sería como un sol pintado de verde o un beso sin sonrisa después. Cenaban rápido, siempre, para que el otro no se molestara por la tardanza. Ella era una charlatana empedernida y él siempre se dedicaba a escuchar, a entenderla, a hacerla reír cuando abría la boca para añadir cualquier cosa porque gracia era lo que le sobraba. Los sábados a la noche jugaban a ser el otro y esa noche había preparado la pizza con todo su cariño, para él. Las verduras que se cocinaban a fuego lento para ser su cena ya no le parecían tan poco apetitosas cuando le ponían aquella cara de cariño que era tan suya. No tuvo que avisarlo para decirle que la cena estaba lista, apareció dos minutos antes para sacar la que sería la cena de la chica y servirla de aquella forma bonita que envidiarían muchos chefs. En las noches de sábado ella siempre estaba callada, le prestaba un la mitad de su corazón salvaje a su hombrecito y él se pasaba toda la noche hablando. Era los momentos en que más bonito se ponía, cuando se le subían los colores desde las mejillas hasta la punta de las orejas cuando ella le obligaba casi, con la mirada, a decir todo aquello que no se atrevía sin el pedacito de su corazón. Era la cosa más dulce cuando tomaba el último respiro con su mitad que le prestaba, le daba un beso de esquimal y se lo devolvía con la excusa de siempre, que aquellos trotes de latidos no estaban hechos para sus venas frágiles. Ella siempre se reía y le hacía posar su mano en su pecho, como si se lo devolviera de verdad. Era un chico sensible, casi hasta vergonzoso, que se le saltaban de nuevo los colores cuando ella se arrumaba en su pecho para oírlo cantar, sin guitarra, solamente su voz desparramándose por su oído.

-¿Me prometes una cosa? –lo dijo tan suavemente que le pareció que seguía cantando. Asintió con la cabeza, con los ojos cerrados y casi a punto de dormirse. Solía pasarle cuando él cantaba, cuando el calor de su cuerpo la abrazaba por completo, cuando sus caricias se deslizaban por cada centímetro de su cuerpo y él lo sabía. Aprovechaba aquellos momentos para decir las cosas que no se atrevía cuando ella estaba despierta-. Recuérdame que mañana te diga lo mucho que te quiero, que si te lo digo ahora luego vas a empezar a quejarte porque siempre me sincero en tus momentos de inconsciencia.

-Tranquilo, lo recordaré –sonrisa, beso de buenas noches y los dos a dormir en el sofá. También les solía pasar los sábados a la noche. 
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Y ni todas las galletas del mundo

I want it all


En los días como aquellos se enfundaba su chaqueta abrigosa tres tallas más grande, calentaba su taza amarilla favorita un minuto y cuarenta y tres segundos en el micro (con casi más cantidad de Colacao que de leche) y hacía amistades con las galletas de toda la vida para convencerlas de que se dieran un baño calentito en su merienda. Andaba por casa en ropa interior, salvo por la chaqueta y las zarpitas que tenía por zapatillas de casa. No existía el frío por allí, tan solo la espera. Cuando el ruidito del microondas anunciaba que la leche estaba caliente con un estridente timbre que poco tenía del tilín tan propio de películas y series danzaba hasta allí, literalmente, con alguna pieza de música clásica resonando en su cabeza tan alto como si estuviera en el mismísimo centro del auditorio. Se zampaba las galletas con alegría, simulando que jugaba a hundir la flota y que cada vez que naufragaba uno de sus barcos era una galleta más que se tenía que comer. En ese juego, siempre, siempre, le encantaba perder y por muchas batallas que empezara la tarde no se le terminaba de pasar. A veces jugaba a pintar en las paredes, como si fuese una cría. Cogía los lápices de colores y se escondía detrás de una puerta con una sonrisa realmente traviesa. Dejaba firmas como “si todavía acabas de encontrar ahora mi obra de arte llegas tarde, hay otra en la puerta de la alacena”. Era como una pequeñina pero no siempre, solía dejar de serlo cuando sonaba el timbre a las siete cuarenta y cinco (mentira, solía ponerse mucho más niña, mucho más adorable). Corría por el pasillo deslizando las zarpitas y haciendo ruiditos de oso feliz (como ella los llamaba, aunque no fuese más que su risa más alegre). Solía preguntar quien osaba llamar a su casa, que en aquel lugar solo entraban los valientes y la respuesta era siempre la misma: ¡pues a mí a eso no me gana nadie! Y abría la puerta, cuando no se le caían las llaves al suelo y tenía que parar unos segundos, entre carcajada y carcajada, para poder acertar en la cerradura de la puerta. Se le quedaban cortos los brazos para abrazar al valeroso caballero y cerrar la puerta, por lo que siempre terminaba por cerrarla con la espalda, cuando él demostraba su valor dejándole un reguero de besos por su cuello. La conversación era la habitual, un te he echado de menos, dos sonrisas, un déjate de cháchara y bésame, que me he pasado ocho horas sin ti. Porque estaba claro que ni todas las galletas del mundo le iban a quitar el hambre que rugía por todo su cuerpo y hacía que se comiera a bocados a aquel chico que se hacía llamar su compañero de piso pero que más allá del pasillo de la entrada se llamaban el matrimonio no casado más perfecto del mundo pero ya se sabe, había que mantener las formas, que los vecinos del segundo izquierda eran muy cotillas.
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Traficante de sentimientos

Pelirroja.





A eso era a lo que te dedicabas los viernes noche, entrando de bar en bar, de vida en vida, de alma en alma y de boca en boca. Nada te importaba, aquel era tu trabajo, maldito manipulador de sonrisas. Agitabas el aire a tu paso, se suponía que regalabas miradas profundas a cualquier jovencita que se atreviese a aguantarte la mirada ¡pero bien caras que las cobrabas luego! Te observaba cada noche, tu trapicheo continuo de susurros bonitos al oído que no eran más que una sarta de mentiras y en media canción de sonido atronador ya tenías el número de teléfono de la morena escrito con su pintalabios en tu espalda. Ah, es cierto, me he saltado el paso en el que se supone que ella(s) te arrancaba(n) la ropa. Te mudabas de bar y cambiabas tus armas, las miradas abrasadoras se convertían en suave caricias de tu lengua sobre el labio inferior. ¡Cómo te devoraban con la mirada aquellas malditas hormonas humanas! Que te encantaba jugar con sus sentimientos, sonreírles con tu habilidad traicionera, de gato malicioso para que se acercaran y cayeran en tu trampa. ¡Vaya montón de tontas! Semejante dios bajado del Olimpo jamás podría rebajarse a esa escoria de faldas cortas ¡pero bien que se lo creían ellas! Acostumbraba a reírme cuando llegabas al último bar, lleno de carmín en los bordes de la camisa y con cara de cansancio. De aborrecimiento de la vida, que sé que hacías todo aquello para odiarte más a ti mismo, puro masoquismo llevado al extremo. Odiabas tu existencia, desde tu maldito cuerpo a cada uno de tus recuerdos. Te acercabas a aquellas muchachas con el único afán de seguir llenando tu lista de pecados cometidos para asegurarte un lugar en el infierno al que creías con creces que pertenecías. Y te tirabas en los sofás de charol, rojo putón, del bar de la esquina más mugrienta de toda la ciudad. Pedías lo primero que se te viniera a la cabeza que te mordiera un poco en la garganta y esperabas a que llegara yo, para relatarme a la perfección lo que yo misma había visto con mis propios ojos. Luego, como siempre, me suplicabas que te matara, que desfigurara tu cuerpo para no ejercer aquella atracción hacia cualquier cuerpo con curvas. Pero no, cariño, no tenía pensado (ni tampoco lo tengo pensado) llegar hacerlo algún día. Que te sirva como lección después de maldecirme a que te amara por toda la eternidad y que de rebote te tocara a ti lo mismo. Sí, yo sufro viéndote con todas esas pelandruscas pero mayor es la satisfacción de saber que yo soy la única que deseas. Y no me puedes tener, por mucho que me desees por mucho que te desee. En este caso, el odio le va ganando la batalla al amor. 
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Mimos y aspirinas ¡nuevo blog! 

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Trocitos de irrealidad


Sus tres pecados capitales eran: que no le dijeran hasta mañana antes de irse a dormir, era su obsesión, su pensamiento de que aquellas palabras significaban quiero volver a verte mañana; comer el chocolate con pan (¡vaya locura! El chocolate perdía la mitad de su encanto con aquel pan insípido); y el tercero y último era que odiaba esperar por la gente, que llegaran tarde, vamos. ¡Se ponía de los nervios pensando en las mil y una posibilidades del porqué de la ausencia de la persona! Me ha dado plantón, se ha olvidado de la hora, le ha pasado algo, me odia, me he equivocado de día… Vaya temblores que se tragaba hasta que aparecía su acompañante con el pelo echado para atrás a causa de la carrera para intentar llegar “un poco antes” y decir lo típico de ¿llevas mucho esperando?
Se le quedaba pequeña la realidad de este mundo y sólo le gustaban las pequeñas cosas, simples palabras como diapasón o alud. ¡Cómo las amaba! Se le salía una sonrisilla traviesa cada vez que las oía o leía. Eran tan suyas como el trocito de cielo al que huía cuando nadie la veía. Tenía un pedacito de nube para ella sola y un par de gaviotas que odiaban la playa tanto como ella se encargaban de guardarle su realidad figurada para que ningún otro soñador se la llevara. Guardaba allí sus pensamientos y sus secretos más profundos, por no hablar de sus sentimientos. Los tenía agrupados en montoncitos dependiendo de qué trataban, unos eran de recuerdos bonitos casi de otra vida; en otro estaban las cosas que más deseaba en aquellos momentos, tipo comerse un helado de chocolate o mezclarse con la niebla en un bosque de esos verdes verdes; había también de momentos graciosos, bochornosos, de cosquillas, de esos que la dejaban sin respiración y por supuesto, también de aquellos que le robaban ríos de lágrimas cuando simplemente su mirada se posaba en ellos pero esos los tenía un poco más apartados, que era de lágrima fácil cuando estaba sola (nada que ver si estaba acompañada, ¡ni una se le escapaba!). Se decía a sí misma que tenía que contenerse, que si empezara a llover en un día de sol radiante iba a ser algo sospechoso y claro, ¿que harían con su nube, se la requisarían y la llevarían a un rincón oscuro de la comisaría? ¡Vaya desgracia, su trocito de cielo era totalmente claustrofóbico y para no serlo! Teniendo el infinito a su alrededor ¿cómo no le iba a aterrar estar encerrado entre cuatro paredes? No conocía límites y en verdad, jamás nadie podría ponérselos. No era muy charlatán, pero siempre le preguntaba qué tal estaba, varias veces en un mismo día, incluso. Mentía con un bien y una sonrisa que poco tenía de feliz pero aunque él se diera cuenta no decía nada, se hacía el loco y volvía a quedarse en su silencio habitual.
Y aunque aquel lugar fuese único siempre tenía que volver a la tierra, a lo que llaman normal, donde el egoísmo es el eje que lo mueve todo. Por supuesto, le había puesto nombre a su trocito de verdadera vida, donde ella era feliz y nada ni nadie le podría arrancar aquello que tanto amaba. A algunos le parecía cosa de locos, otros no llegaban a conocerla verdaderamente y otra parte, como ella, habían decidido llamar a aquel sitio imaginación; la perfecta irrealidad de la vida normal.


(Hoy es un día tremendamente especial para mí. Un pequeño proyecto que empezó hace ya un año y que con la ayuda de todos vosotros habéis hecho posible. ¡Muchísimas gracias a todos los que habéis leído alguna palabra mía, en cualquier momento y, por supuesto, feliz primer cumpleaños, blog!).
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Mentiras en movimiento






(¡clikclikclik en el video antes de leer!)

Medias sonrisas que se escapaban por las comisuras de los labios y se desparramaban al final formando una carcajada. Trocitos de alegría que llamábamos ¡jajaja! y que incluso, a veces, acabábamos por llorarlos, abrazándonos la barriga del dolor de tanta carcajada. Noches sin dormir y palabras sin decir, que yo creo que nos hemos quedados mudos por culpa de todas las palabras que nos hemos callado. Todo tu miedo a que fuese mejor lo has enterrado bajo seis capas de silencio y sin posibilidad casi de recuperación. El día que te fuiste justo me habías prometido tres o cuatro cosas de esas que me sacaban una sonrisa (grande) pero en verdad te marchaste y no me dejaste ni mi (media) sonrisa. Que esas patrañas de cambiarte mis sonrisas por tus mimos ya no tenían cabida en la distancia que habías creado. Un par de mentiras más y otro de cartas aplastadas que se consumen en el fuego del salón. Que eso de la confianza era (y es) una palabra desconocida para mí y ahora recuerdo el porqué de mi reticencia a confiar en (todos estos despojos que llaman) la humanidad.




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Te guardabas el corazón en la espalda



Pensabas que sería suficiente guardarse el corazón en la espalda, escondido para que yo no lo pudiese encontrar y robártelo con la promesa de palabras bonitas y mimos a las tantas de la madrugada, de esos que te despiertan con cosquillas en el cuello y caricias en la espalda. Qué ilusa al pensar que las cosas de enamorados no te afectarían a ti, que no se te cortaría la respiración, que no te temblarían las palabras, las piernas, las manos y el alma, que serías inmune a todo tipo de piropos y que jamás te enamorarías a la primera o segunda charla. Creías que ese corazón de hielo podría aguantarlo todo pero es que no conoces para nada el poder de este calor que yo poseo. Todos me suplican cuando no me tienen, desean verme reflejado en la otra persona con tanta intensidad que a veces hasta resulta enfermizo; por no hablar de los que tanto sufren cuando me tienen entre sus brazos y se preguntan el porqué de ser tan complicado. Y en verdad soy el que lo domina todo, un dictador abstracto con nombre resonado y con un ejército dispuesto a todo, que por mí morirían, matarían, gritarían, suplicarían, llorarían pero también reirían, soñarían, gritarían de nuevo y en definitiva vivirían. Que soy el que más duele al ser rechazado y el más querido al ser aceptado, que por mí lo dejarías todo sin mirar atrás y sin importarte el futuro. No puedes vivir ni conmigo (en muchos casos) ni sin mí pero qué le vamos a hacer, soy tan incomprensible como esas mariposas que te hacen cosquillas en el estómago cuando lo ves a él (qué son amigas y compañeras mías de trabajo, quizás por eso que seamos los dos tan difíciles). Soy tan capaz de destrozarlo todo, de no dejar nada en pie como de crear vida si se me trata bien. Puedo volver loco al más cuerdo con sólo uno de esos que se han convertido en mis esclavos si se cruzara en su camino con una sonrisa bonita y también puedo conseguir que el más frío me cuente todos sus sentimientos, que ya ves, lo he conseguido contigo.
Tú que parecías presumir de que yo no podría afectarte, de que nunca serías capaz de mostrar esos sentimientos tan íntimos ah, que poco me conoces; pero ya ves, ahora eres de esas que se le traban las palabras cuando él está delante, de las que lo dejas todo por pasar cinco minutos de ensueño o de las que se volverían locas sin unas palabras. De todas formas, ya me irás conociendo bien, ahora que te tengo presente en mi lista y bueno, ten cuidado conmigo de todas formas. Seré la flor más bonita de todo el jardín, la más codiciada del mundo pero también la que te hará sangrar el alma con un simple roce, con tres o cuatro palabras enfurecidas.

Firmado, el Amor (o como quieras llamarme).
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La Física con letras, tú ya me entiendes

Más y más agua

Sí, he vuelto para dedicarte estas abrasantes palabras salidas de mi puño y letra, esas que te harán gemir en la oscuridad de tus sábanas o en la mecedora del salón. Estoy completamente seguro de que puedo llevarte al clímax con tres o cuatro líneas más porque tienes la imaginación más obscena que haya pasado por mi cama pero también tengo que decir que es la más ardiente, sincera y arrolladora que he tenido el placer de saborear. Sonríe cuando sientas mi mirada desgastando todo tu cuerpo con lujuria, con cada parpadeo coge aire para poder soportar el delirante roce de mis manos; esas que recorrerán tu cuerpo con el mismo mimo y la misma fuerza con la que se escurren por este papel. Grita cuando sientas mi boca, ahora seca, buscando la tuya en un abrazo sediento, la cual más tarde se dará un festín de canibalismo lujurioso en el momento que recorra tu cuerpo saboreando tu piel y que únicamente terminará cuando mis labios te hayan recorrida toda entera. Sé que estás rota en escalofríos de placer pero déjame recordarte como se sienten estas manos que sudan simplemente con el hecho de saber que cuando recorras con tus ojos estas letras estarán creando pasión, fuego y sentimiento; estas manos expertas que saben en que recovecos de tu cuerpo se esconde tu alma para hacerla arder y que recorra tus venas de arriba abajo incendiándote. No quiero hacerte esperar ni un segundo más por lo que me torturo a mí mismo durante unos instantes imaginándote como te haces el amor de esa forma salvaje a la que me tenías acostumbrado y como sé a ciencia cierta que lo estás haciendo ahora mismo. Siente como si verdaderamente fuese yo el que estuviese ahí y grita mi nombre, escríbelo, llóralo, pégale, quiérelo. Joder, sí, joder. (Y eso no es lo único que necesito de ti…).

PD: no te olvides de leer entrelíneas tal y como te enseñé.


-Cariño, ¿qué estás haciendo? La cena se enfría –gritos de una voz femenina desde la cocina.

-Estaba escribiéndole una carta a tu hermana, ya sabes, cosas raras de Física de las que sueles quejarte.
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Madrugadas de esas que despiertan envidias

Amanece conmigo

Era otra de esas noches en las que me había pasado con el café, aburrida de esperar a que salieses de tu cueva y como no, siempre estabas demasiado ocupado con tus malditos estudios como para dirigirme una simple mirada. Me colé en tu habitación sin llamar a la puerta y te encontré sumergido entre aquellos libros que sólo contenían palabras impronunciables y más cosas de esas de médicos que nadie entendía. No hizo falta que dijeses nada, la cara de cabreo que pusiste al verte interrumpido por mi risa floja y mi andar torpe fueron suficientes para demostrar tu mal humor. Llegué hasta el escritorio y sin querer tiré los libros que estabas devorando. Un gruñido casi animal salió del fondo de tu pecho que sólo consiguió quitarme una sonrisa de triunfo. Dioses, como me encantaba enfadarte de aquella manera. Me faltó tiempo para tirarme sobre tus labios y devorarlos con hambre de ocho días. Sí, ocho malditos días que llevabas metido en aquella habitación sin salir y yo sin follar, bueno, ambos. Viste mis intenciones a leguas pero por mucho que te intentabas resistir tus manos ya estaban bajo mi pijama y tus pensamientos ardiendo en deseos con las lujurias que se te pasaban por la cabeza. Joder, antes de que me tiraras sobre la cama ya estábamos desvestidos y aquel hambre que demostraste por mí no hizo más que calentarme entera. Jamás había sentido tus manos tan grandes, tus caricias tan intensas y profundas, tus labios con aquel sabor tan pecaminoso, todo tú siendo el grito personificado del puro placer. Olvidé cuántas veces murmuré tu nombre entre suspiros, los arañazos que te hice, los besos que se convirtieron en mordiscos o simplemente la de veces que tuve que suplicar casi que parases o me rompería en plena explosión de placer. Sacando tu vena chistosa y poniendo voz de médico me explicaste que aquello era lo que la gran mayoría de la gente inepta llamaba clímax. En aquel momento no había comprendido lo de ineptos pero cuando seguiste haciendo aquellos tortuosos movimientos de placer y lograste que me quedara sin habla después del grito que rompería cualquier cristal; entendí a que te referías. En la vida me habías arrancado aquello tan indescriptible que no se podía llamar sentimiento, porque era mucho más profundo que eso; increíblemente delirantes aquellas llamas que te abrasaban por dentro hasta decir basta pero que en verdad era un no querer parar. No sé de donde quitaste las fuerzas para no caer derrumbado sobre mí y a la vez me sorprendiste sacando esa dulzura que tenías guardada bajo cien mil candados para regalarme un beso en la mejilla de esos tan largos que parecen que hacen ruido y cosquillas mientras los das.

-Eso de estudiar durante ocho días seguidos parece ser tu mejor afrodisíaco –bromeé aunque no me quedara casi aire en los pulmones.

-No seas tonta, si no me hubiese acompañado algo tan exquisito como tú no hubiese sido posible despertar a la mitad del vecindario. La próxima vez que vengas a preocuparte por nuestra integridad sexual procura que no sea tan de madrugada, los vecinos deben de estar maldiciéndonos por haberlos despertado y a mí por pura envidia. Jamás tendrán a una mujer tan sublime como tú en su cama, o eso espero porque sé que eres la única que existe.
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Venga, préstame una sonrisa que te sobre

Perfecciones en gotas de agua

que ando escasa de ellas, y si hace falta te la devuelvo con mucha Nocilla y galletas. Un pedacito de carcajada y un mimo espontáneo, aunque sean de esos que se dan con la mirada. Convénceme con un todo irá bien aunque estés mintiendo y luego engáñame con un beso, que hasta da igual que sea sin cariño pero en la frente, ¿eh? Olvida unas palabras donde yo las pueda ver y no te preocupes si no tienen sentido que luego las moldeo con un poco de plastilina, ¡y ya verás que bonitas! Hagámonos inmortales en una fotografía que perderá color pero no valor, que luego la pongo allí en la mesilla para que el marco coja un poco de polvo y le dé un falso sentido a eso de para siempre. Que te acuerdes de que me gusta estar con calcetines para que no se me enfríen los pies, que te rías y me hagas cosquillas hasta que llore carcajadas. Llévame de excursión a la vuelta de la esquina, párate de repente a decir que te has olvidado media caricia para mí en casa y que no se puede quedar sola allí, que se aburrirá esperando a sentir el roce de mi piel. Y seré tan tonta de que volvamos, para terminar dejando recuerdos bonitos pintados en la pared que luego a las noches me susurran que todavía quedan ocho horas para volver a verte. Es en ese momento cuando resulta bonito pensar en un nosotros juntos pero no para siempre, pero sí para unas cuantas eternidades.

Pero ya me dejo de tonterías, para empezar tendrías que existir aquí a mi lado.
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Nada serio, nos mentíamos llamándolo



Aquella noche no era de contar cosas bonitas ni mucho menos para tener una de esas sonrisas que iluminaban toda la habitación, como solías decir. Cenábamos solos en un bar tipo americano que estaba dejado de la mano de Dios y para que engañarnos, estaba vacío de clientes y la mugre amenazaba con darte un buen mordisco; pero no solía importar, se había convertido en nuestro sitio favorito. Pero aquel día estábamos mortalmente callados, cada uno mirando para su plato con miedo a encontrarse con una mirada interrogativa en los ojos del otro. ¡Pero qué estupidez más grande, si parecíamos dos enamorados! Habíamos dejado bien claro que lo nuestro no era ni jamás sería nada serio, pero allí estábamos los dos, hundidos cada uno en sus pensamientos con pánico a pronunciar una sola palabra. Que me llevaras a casa y te despidieses de mí con un movimiento de mano no fue la gota que colmó el vaso, fue la maldita gota que lo destruyó todo. Y pensar que subí a casa como un alma en pena, que de lo único que fui capaz fue de quitarme los zapatos y caer sentada en el suelo del salón es algo que me produce escalofríos todavía. Me alegro de no haber llorado, o por lo menos no en aquel momento, que la pena me apretaba el pecho y las costillas pero no la dejé salir de allí, quizás porque pensaba que si se escapaba ya no quedaría nada tuyo a lo que agarrarse aunque fuese doloroso. Tardé días en sacarme la melancolía de encima, que ni abriendo las ventanas y encendiendo el ventilador se iba aquel aire contaminado.
Que lo de “lo nuestro no es nada serio” es la mayor mentira jamás contada, seguida de la letra pequeña de todos los contratos que nadie lee, porque en este acuerdo de nada serio se nos olvidó recoger que tres años de ir a cenar juntos martes, jueves y sábados y salir todas las tardes de los lunes, miércoles, viernes y domingos no servía para crear un gran lazo. No sirvió para nada. Tú que solías decir que era un pequeño caso especial y extravagante dentro de toda la humanidad padezco del mismo mal que la mayoría de ellos, mal de amores y un no-novio que protagoniza tus pesadillas favoritas.

Y así te quedas, con un mensaje al día siguiente sobre las diez de la mañana diciéndote que lo siento mucho, pero quizás deberíamos dejarlo por un tiempo. No, si aún fui afortunada, siempre pudo haber sido un no es por ti, es por mí.
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Pesadillas sin freno



Ni siquiera me di cuenta de en qué momento solté tu mano. Salí disparada hacia el viejo nudo de las vías del tren y me puse a saltar de raíl en raíl. Caminaba de puntillas, imaginando que era una perfecta funambulista a metros de distancia del suelo en mi gran actuación. Me mirabas divertido mientras que hacía aspavientos con los brazos para mantener el equilibro pero en una de éstas tropecé y me viste caer sin remedio. Parecía no haber sido nada pero en aquel momento viste mi tobillo torcido. Recuerdo que me dijiste que no me moviera, que ya venías a ayudarme, ¡pero todo sucedió tan increíblemente rápido! En el mismo instante en que comenzaron a temblar las vías ya se escuchaba el no tan lejano sonido del tren y antes de que el primer vagón del mismo nos diera un mordisco de muerte a ambos preferiste que tuviese tres o cuatro rasguños más en las piernas a que me convirtiese en polvo. En la vida olvidaré aquella mirada de pánico y solución instantánea. Sonreíste con sinceridad y con empujón me clavé toda la grava en las rodillas y en los codos mientras que inmóvil veía tu cuerpo fusionado con el hierro. Desde aquel día me ha quedado bien claro que viejo no significa que esté abandonado.

¿Y sabes que ocurrió después? Un grito cortó el aire y despertó al gato que dormía junto al radiador, una mano se estampó contra tu pecho, una mueca en tu cara, un “¿qué diantres pasa?” y un suspiro unido al gran apretujón en el que te sentí conmigo.
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