Auch


Decía que la única forma de sentir algo era el dolor. ¡Que equivocada estaba! 

Me la encontré un día, mejor dicho, una noche, sentada en el bordillo de una sucia calle con la mirada perdida en alguna piedrecita del asfalto. Me senté a su lado y no dijo ni mú. Llevaba una falda por encima de las rodillas, blanca, aunque estaba llena de jirones y manchas de Dios sabe qué. Tenía las piernas arañadas, mucho pero no había sangre. En un primer momento me asusté, me dio un vuelvo el corazón, aquello tenía que doler, mucho. Parecía un gatito abandonado, allí sentada, a la espera de algo o de alguien. O quizás de nada en especial.

-Es mi forma de sentir algo -dijo de repente, sin que yo dijese nada.

Me quedé un poco aturdido, sin sacar la vista de sus piernas demacradas, con una belleza dolorosa, de piel clara pero magullada, con moratones y cortes, con rastros de uñas y desazones.

-¿Has probado con alguna otra cosa? ¿Cariño?

-Eso hace mucho más daño, a la larga -lo dijo con desprecio, con dolor, con asco, con mucha historia por detrás. 

La seguí mirando, sus heridas y me entraron escalofríos. Cuánto dolor, cuánta equivocación. Cuánta necesidad, de personas, de atención, de amor, de algo.  
La miré a los ojos y le sonreí. Un intento de contestación casi salió de sus labios pero no fue nada, al fin y al cabo, no debía de estar acostumbrada a sonreír. Cariño, cariño le iba a dar.


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