Tengo jodidos un par de neurotransmisores. Sí, es un pequeño
(gran) problema pero aceptaré mi locura como símbolo de genialidad.
Si a todos los grandes cerebritos les faltaba un hervor,
vamos, “que de drogas tenían que estar hasta las cejas”. Es fácil pensarlo,
así, de buenas a primeras, “eso no se le ocurre a una mente en plenas
facultades”. Efectivamente. A una mente común no se le pasan ni por el último
recoveco de la misma la infinidad de cosas que pasan por la nuestra pero no
tiene que ver con las drogas. Las sustancias alucinógenas nos sobran, quizás un
para de ansiolíticos a la cena no vienen mal para echar una cabezadita sin
despertarte con el runrún de tu cerebro diciéndote que no tiene ganas de
dormir, que tiene ganas de atormentarte un rato con unas cuentas de sus
paranoias.
Pero eso dicen lo entendidos que es por culpa de los
neurotransmisores. Sí, esas cosas que mi profesor de Biología simboliza como un
triangulito que va pasando desde la membrana hacia el interior de la célula y blablablá,
no me voy a meter en rollos de estos. Que están mal, que se quedan activados
cuando, en realidad, tendrían que estar en off la mitad del tiempo (esos que te
hacen entrar en pánico cada dos por tres).
Locos. Todos locos. Frase fácil y rápida. Sin intentar conocer. Desperdicio, desprecio, mandar a la mierda, depresión. Miradas raras hacia mis pintas peores. Imaginación o desfase. Genialidad o locura. Nadie sabe donde está la línea divisoria, eso sí, aquí la palabra loco suena a diestro (zurdo) y siniestro. Inmundicia humana ¡os mandaba yo al lugar por donde se empiezan los cestos de la ropa!
Con cariño, Renata de Remate.
Con cariño, Renata de Remate.
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