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Este es uno de los muchos fragmentos de la historia de Aleksi y Wint que comencé hace muchos años. Me asusta pensar que las cosas que escribía las he acabado sintiendo duramente en mi interior. Quizás algún día retome la preciosamente triste historia de esos dos, se merecen mucho más de mí.
 
Y bueno, ya sabéis un poco más sobre Helsinki Wint. 

Hurts so good
(C’mon baby, make it hurts so good)

Yogures y cereales de chocolate, pañuelos (por lo menos dos cajas), helado y un poco de Aleksi, aunque no creo que en el súper me lo pongan para regalo. Me había convencido de que un poco de llorera nunca venía mal y después de estar dos días enteros con sus dos noches echando cataratas por los ojos hoy era el día de dar el golpe fuerte, la estocada mortal. Música triste, maratón de películas de pañuelos y mucho chocolate. La ironía del asunto llega cuando te veo allí, en el súper también, cargado con una caja de cervezas y tres tabletas de chocolate. Genial, ¡hasta habíamos pensado el mismo plan de autodestrucción! Me tiemblan las piernas, me arden las manos sólo de pensar que cambiándome de fila podría tocarte otra vez pero es que me siento tan deshecha, tengo el corazón tan sumamente encogido de tanto llorar que no sabría si me entraría la llorera nada más mirarte a los ojos o te rogaría de rodillas que volvieses. Y me ves, me miras con aquellos ojos perdidos que no saben dónde meterse cuando se topan con los míos y te sumes tanto en tu tristeza que te olvidas hasta de la cajera que te mira con mala cara. Si hasta a mí me cuesta encontrar el dinero pero me sorprendes cogiendo mi bolsa y antes de que pueda decir nada tus ojos bañados en pena me alertan de que no diga nada.

-Tenemos el mismo plan, por lo que veo –un simple susurro, la mismísima voz del dolor-. Te invito a mi casa, para que lloremos juntos pero si me juras que sólo eso, Wint. 

¡Y cómo voy a negarme, por todos los dioses! Asiento casi frenéticamente y me guardo las lágrimas en los bolsillos, no es el mejor sitio para dar el espectáculo.

Se me parte más el corazón, si es posible, cuando veo finalmente el sitio que tantas veces me había preguntado en el que vivías. Es pequeño, salón, dormitorio, baño y cocina se apretujan en treinta metros cuadrados, pero no tengo pensado quejarme. Sin mirarnos siquiera pones las cuatro películas de lagrimones que nos esperan y cada uno con sus drogas se deja consumir por el sufrimiento, pero es que cariño, duele tan bien. Poder llorar por ti y tener tu brazo rozando el mío, aquella sensación en la que se confunde el dolor, el masoquismo sentimental y el amor es inexplicablemente satisfactoria aunque me queme por dentro. Y verte así también, más triste que un medio corazón sin compañía ¡por tus tonterías! me destroza pero todavía más las ganas de estirar el brazo y poderte acariciar. Joder, si tú también lo estás deseando pero  ¡no te das cuenta que este alejamiento que has impuesto entre nosotros no hace más que matarnos! Nos pudre el alma y desangra el corazón.
 
-Qué tarde es… -medio exclamas con frenesí y apagas la televisión. Te secas los lagrimones con furia contra la manga de la chaqueta y te vuelves hacia a mí por primera vez-. Es demasiado tarde para que vuelvas a casa, quédate… aquí y me iré yo. 

Te vuelves hacia la mesa y coges tus llaves, aquellas que nunca pensé que existieran. Y no me salen las palabras, dejo que te marches sin decir una maldita palabra y se me desatan los sentimientos cuando se cierra la puerta. Con doloroso recuerdo veo tu camiseta favorita en la silla, me abrazo a ella y me tiro en el sofá para dormir aunque estoy segura de que me torturaré pensando en ti. Dioses, si la camiseta huele a ti, solamente a ti y sí, me encantan lo bonito que duelen estos sentimientos que te queman en las venas y te aprietan en el pecho.

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Enamora a un pseudoescritor y serás inmortal.

Pasarán días, meses y años pero aquí seguirás. Tú, él y el otro.

Permaneceréis como si fuese el primer día, jovénes, alocados, felices, graciosos, geniales, preciosos, perfectos.

Y estáis conmigo. Todos. Y seguiréis viviendo siempre en estas palabras, con estas palabras, en mi cabeza y fuera de ella. En mis recuerdos y en los de los demás.

En la eternidad de las palabras escritas que jamás se las lleva el viento.
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Tú me enseñaste a que era mejor bajarse las pelis y las series y no verlas online ¡que era un coñazo y siempre se veían peor! También me metiste el gusanillo de verlas en versión original subtitulada y aunque las quisiera ver en español (porque soy la cosa más cabezota que he conocido junto a ti mismo) debo admitir ahora que no tiene punto de comparación a verlas con las voces de los actores de verdad.

(Y también veo muchas más series y pelis de las que veía antes, no me dejo llevar solo por un argumento de tres lineas de filmaffinity y decidir si la veo o no. Pero de la nota que le dan sí me fío, que allí íbais a machete con las puntuaciones).

Como siempre, tenías (y tienes) más razón que un santo. Pero no te lo creas mucho. 
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Aquella madrugada dormía fuera de casa, me encontraba anclada en la mitad de un pasillo con una manta azul envolviéndome, protegiéndome del frío pero sorprendentemente me sudaban las manos. Estaba allí de pie, escogiendo que puerta atravesar, si la entreabierta o la que estaba cerrada. 

La segunda fue la que escogí tras haberlo estado pensando durante unos minutos, sí, unos minutos plantada en medio de un pasillo a oscuras, con frío y las manos llenas de nervios. Me decidí y entré, sabiendo perfectamente lo que iba a decir ¡lo llevaba pensando más de diez minutos!
Lo primero era darle forma con palabras a la escusa que me había llevado hasta allí interrumpiendo el sueño de otra persona. Lo segundo era la petición de no dormir sola, de que me hiciese un hueco. Y los nervios se esfumaron rápido, de golpe, mi corazón palpitando rápido empujando los restos de ese agobio estúpido y momentáneo porque la respuesta fue sí. 

Me acurruqué en la cama, todavía envuelta en la manta azul, girada hacia donde se suponía deberías estar tú, cerca. Cogí un poco más de la poca valentía que me quedaba ya es los bolsillos y alcé mi mano hacia el lugar en el que deberías estar. Pronto mis dedos se perdieron entre tu barba, por detrás de tu oreja y entre tu pelo y era inevitable, realmente lo fue, que mis labios terminasen buscando los tuyos. No fue ese el hecho que me hizo sonreír por si solo y llenarme de alegría y esperanza sino que fue eso de "no sabes cuanto tiempo llevaba esperando esto". Eso sí que te remueve las mariposas del estómago, las vuelve locas de verdad. 

Descontroladas estaban todavía cuando más tarde sentí un abrazo sobre la piel de mi espalda que me hizo sentir querida, que me dio confianza, ternura, cariño, felicidad. Y no me di cuenta hasta ese momento de lo mucho que echaba de menos aquella sensación, lo mucho que la sigo echando en falta ahora. 
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