Necesitaba algo constante en su vida, que le recordase que estaba aquí por una razón, que no estaba sola, que no se dejase llevar por la vagancia, por la tristeza y por las malas costumbres.
En realidad necesitaba buenas costumbres. O costumbres siquiera.
Necesitaba una constante vital que destrozase su caos y crease un poco de calma. Que supiese llevar las cosas, que la supiese llevar y sobrellevar a ella.
Necesitaba una constante y por eso lo llamó K. Era común y también primo. Mágico, imperecedero, reconocible, justo e inexacto a partes iguales.
Ella necesitaba a K y K sería un trocito de ella.
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