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Nos miramos entre las bandejas de la comida, durante un segundo -o quizás menos-, entre la bisectriz que formaban un vaso y una botella. Allí nos encontramos.
Luego quise forzar otra mirada y me pedí un café a la espera de encontrarme con el mar. Porque tus ojos así eran.
Y, más tarde, nuestros ojos volvían a perseguirse y a escapar corriendo cuando se encontraban, escondiendose entre una pila de apuntes solo por descansar unos segundos y volver a salir a  jugar a un pillapilla de miradas.
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