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Cuando no sonreía solía desprender un cierto halo de oscuridad, de misticismo, de tristeza y hasta de odio, cuando frucía los labios como si estuviese forzando a todas sus palabras envenenadas a quedarse dentro de su mente. Era muy probable que si salía provocarían la ira y la tristeza de un par de personas, incluída, al final, ella misma.
K solía mirarla desde lejos, entre asustado y maravillado por las emociones que desprendía su simple movimiento al andar pero sobretodo, se sentía terriblemente curioso por conocerla a ella. Tenía casi la absoluta certeza de que si traspasaba la zona de seguridad y entrada en el terreno peligroso de los sentimientos iba a salir más que escaldado. Quemado. Derruído. Seguramente eso era lo que pensaban todos y por eso allí seguía ella, sola, con su oscuridad pero no parecía sentirse incómoda del todo. Hasta parecía que le quedaba bien.  
Quizás ella también lo hacía un poco a posta porque se sentía tranquila y estable en el mundito de sombras que se había creado. Sabía que llegado el momento alguien le arrancaría sus tinieblas y pesadillas y se las llevaría lejos pero solo lo haría una persona valiente. Y ser valiente es sinónimo de ser alguien que merezca la pena.

Pero eso solo pasaba cuando tenía cara de gato enfadado, cuando estaba seria, porque cuando sonreía y se reía a mandíbula batiente parecía prometerte toda la felicidad de este mundo, la alegría misma. Y quizás eso era lo que no podían ver aquellos que quedaban enredados en sus tinieblas. Y eso significaba que K debería hacer algo.
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