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Y quemó todo aquello que estaba de más, que sobraba, que no aportaba nada bueno y dejó que se convirtieran en cenizas pues nada podría sobrevivir a la fuerza devastadora y purificadora del fuego.
Nada salvo ella, un fénix resurgido de sus propias cenizas, de sus miedos, de sus quebraderos de cabeza, de las palabras ajenas impregnadas en veneno, de la envidia, de las ganas de hacer daño, del no saber, del malmeter. 

Pero en el fondo lo agradecía, no estaba ni triste ni enfadada pues la habían hecho más fuerte y no hace daño quien quiere sino quien puede.  
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