Medicina sin mentiras, medicina para el corazón

Temblores candentes






Me gustan los corazones con una pizca de taquicardias, de esos que siempre laten rápido, los que siempre están bailando, los que siempre gritan con cada latido. Corazones salvajes, de esos que los sueltas y es imposible volver a pillarlos, que se meten por cada recoveco de tu cabeza, de tu alma o de la habitación ¡y ya puedes llamar a los busco(r)razones para que lo encuentren!

Yo soy uno de ellos y nos dedicamos a buscar corazones que se han perdido, que los han regalado y los han dejado abandonados. Es un trabajo triste esos días, cuando los encuentras encogidos entre un montón de muñecos con cara de pena, con el ventrículo derecho más rojo de lo normal por culpa de las lágrimas pero sueles quitarle una sonrisa y un latido profundo cuando les dices que hay unas diez mil corazón-personas que estarían dispuestas a bailar con él un tango a ritmo de sístole y diástole y ¡pof! Antes de que te des cuenta persona y corazón han dejado el helado de chocolate de lado y salen a la calle con una sonrisa, con los corazones latiendo rápido y con la risa volando por el aire. El problema es cuando ocurre al revés, corazones salvajes que se esconden entre las costillas, que se meten allí y no los das sacado de allí ni con la promesa de un buen chocolate caliente.

Me han dicho que el de hoy ya lo habíamos rescatado una vez, debajo de una manta calentita y que aunque había parecido curado, parece ser que ha vuelto a las andadas. Voy a ver a mi paciente, a mi corazón-persona (que aunque hubiera parecido que no, siempre, siempre van cogidos de la mano) y me digo que no puedo perder esta batalla. Ni ella ni yo. Pregunto lo de siempre, qué es lo que ha pasado, cómo dejas caer esas lágrimas por esa tontería, crees que eso es importante… Como bien decía, aparte de buscar corazones también buscamos razones. Los corazones son fáciles de encontrar, sus latidos mezclados con la pena más absoluta resuena con cada latido y suelen ser fáciles de localizar… Pero ¡ay! las razones. Esas sí que son complicadas. Razones para olvidar, para salir corriendo con corazón indómito a buscar otros corazones saltarines, unas ganas nuevas de vivir, un baile a ritmo de latidos y carcajadas. Esas se esconden en lo más profundo del alma y a veces también tenemos que hacer de exploradores. No sabes lo perdidos que nos ponemos de tristeza cuando nos aventuramos por esas cuevas oscuras llamadas soledad pero merece la pena cuando vuelves con unas cuantas razones que hagan sonreír a tu enfermo.
Pero hoy no soy el que hace las preguntas. Me he olvidado el cubremociones en casa y ella ha visto todos mis sentimientos, todo lo que me recorre por dentro nada más mirarme a los ojos. Jamás había visto una mirada con semejante intensidad, aquellos ojos verdes que irradiaban una fuerza y una pena abismales. Estoy seguro de que no existirá jamás nada mejor que el roce de sus ojos sobre mi piel. Que el paraíso existirá mientras funda su mirada con la mía y el apocalipsis tendrá lugar durante los míseros segundos en que parpadee. Que si sus pupilas son el abismo, que se me clave en los huesos, que me trague, que jamás encontraré luz tan clara hecha de esa plena oscuridad.

Y aunque se ha dado cuenta de que todas las preguntas, todas las promesas y todas las palabras bonitas que le decimos no sirven de nada, que la vida sigue siendo como es y unas palabras adornadas con cínico cariño no curan el daño de aquellos que hacen entristecer corazones, me dan ganas de arrancarme la poca felicidad que yo mismo tengo en el cuerpo y regalársela como el mayor tesoro que jamás le podrán conceder porque  te aseguro que tiene que ser pecado que esos ojos estén bañados en tal mar de penurias. Que no es un paciente más de mi lista de corazones tristes, ella es mi mismísima salvación y sabe que a mí tampoco me hace efecto nuestra estúpida palabrería; que me he vuelto inmune a esas sartas de mentiras, esos remedios que esconden dolores pero que no curan y para ella tampoco son suficientes. No es de esos corazón-personas que se dejan engañar tan fácilmente. Es lista, el dolor la ha hecho inteligente.

 A veces, los corazones se unen y se convierten en un mismo conjunto de sístole y diástole, la verdadera unión en la que no podría existir jamás el uno sin el otro. Para irse de paseo juntos a buscar razones por las que bailar, por las que gritar con cada latido, para ser salvajes, para tener una pizca de taquicardias cuando se miran a los ojos. A veces, los busco(r)razones también necesitamos de nuestra propia medicina. La de verdad, las que no son promesas infundadas. Todos necesitamos un corazón con taquicardias de cariño que nos quite las penas del nuestro después de ver tantos llantos, que baile con nosotros a ritmo de pum-pum, pum-pum, pum-pum, que regale carcajadas de cosquillas, de esas que nacen en el alma, gritan en el corazón y sonríen en los labios.

Y brindemos juntos, corazón, por y con esta droga a la que llaman amor.  Medicina sin mentiras, medicina para el corazón. 


Mención del Certamen Rosa Gómez 2011. 
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4 comentarios:

  1. Y brindemos juntos, corazón, por y con esta droga a la que llaman amor. Medicina sin mentiras, medicina para el corazón.

    genial el blog,los textos y especialmente esta frase!:)
    besos

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  2. Laaura, que vi que tenías blog y decidí pasarme por aquí. Los textos son geniales.
    Un beso!

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  3. Yo necesito que me infundan alguna que otra taquicardia ultimamente GRANDIOSO! escribes de una forma genial ! vas a acanar teniendo una colecíón de mis sombreros pero no puedo hacer otra cosa que regalarte otro ,
    CHAPEAU!

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  4. ¡Muchísimas gracias!
    Me alegro de que os haya gustado :D

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