de septiembre

T h e r o n

Siete de la mañana y por primera vez en el curso, ese fastidioso sonido del despertador se me clava en la cadena de ositos del oído. Jamás pensé que un simple cacharro comprado en un todo a cien pudiese hacer tanto ruido. Lo apago, de malas maneras, como siempre, dándole un zarpazo de oso con mi mano izquierda y apretando los ojos con fuerza durante unos segundos. O me levanto en menos de dos segundos o me quedaré dormido y llegaré tarde el primer día de clases. Suena demasiado tentador pero la primera clase es en la que se deciden los sitios y no pienso quedarme sin mi pupitre más alejado del profesor y, en realidad, de todo el mundo.

Me siento en la cama, poniendo los pies sobre la alfombra, con las rodillas flexionadas y los codos sobre las mismas, dejando caer mi cabeza sobre los brazos durante unos segundos, intentando que el dolor de cabeza no me amargue ya toda la mañana. Jodida cabeza. ¡¿Por qué diantres no podía ser normal?!  Jamás lo he sido, todo el mundo me ha juzgado sin conocerme, sin saber apenas nada de mi vida, sin importarle un poco si quiera. Tampoco quiero que hurguen en mis recuerdos, que saquen esos sentimientos tan profundos que he guardado hace tantos años y que sería una verdadera catástrofe si saliesen a la luz.

Finalmente, levanto mi metro noventa de altura de la incómoda cama, abro la puerta y salgo al pasillo ligeramente iluminado por varias bombillas que parpadean. Es el típico escenario para una peli de terror, cuando era más pequeño estaba seguro que de la habitación del fondo, esa que pone un cartel de “No pasar”; saldría cualquier ser extraño y me atacaría. Ahora ya no tengo miedo, muchas veces desearía que ese terrible ser apareciese de verdad y me diese una soberana paliza, que me hiciese sentir algo más que no fuese esta mierda de soledad. Camino lentamente por el corredor hasta llegar a la penúltima puerta a la derecha, el baño de los chicos. Mi hogar no es nada común tenemos baños para chicas y para chicos, habitaciones individuales para cada uno de los sexos y hasta hace unos años también comíamos por separado. ¡Bienvenidos al orfanato “Esperanza Sincera”, aunque aquí la esperanza brilla por su ausencia!
Perdí a mis padres cuando apenas tenía tres años y, como te podrás imaginar, no tengo a más familiares cercanos y por eso he terminado en este antro. Ahora seremos unos diez chicos y unas quince chicas, todos ellos extranjeros, yo soy el único español. Todo el mundo sospecha que es una farsa, que sus padres están vivos pero que aprovechan aquello para que sus hijos puedan tener una educación y tres platos de comida cada día. No los juzgo, en realidad, aquello tampoco es un hotel de cinco estrellas.

Me suelo levantar pronto para no tener que hacer cola en los baños y poderme dar una ducha relaja, siempre de agua fría. Me despeja y me hace cosquillas cuando se escurre por mi espalda, arrancándome al principio un escalofrío que me hiela hasta la punta de las orejas pero que me hace sonreír al llegar a mis pies. La mayoría de los otros inquilinos de “La casa del terror”, como yo llamo al orfanato, acuden todos a la escuela, por lo que se suelen levantar más tarde y agradezco completamente aquella tranquilidad. Odio sus preguntas que parecen inocentes pero que hacen más daño que mil agujas clavándose en tu cuerpo. Los niños son la cosa más mala del mundo, siempre lo diré. Todas esas preguntas, ¿por qué esa marca en la espalda? ¿Por qué nunca hablas con nadie? ¿Por qué eres tan raro? ¿Por qué, por qué, por qué? ¡¿A caso no les han enseñado a decir otra cosa en la maldita escuela?!

A duras penas, consigo abrir el grifo oxidado de la ducha y antes de meterme en ella me miro durante unos segundos al espejo. Sonrío sin ganas, formando unas pequeñas arrugas de expresión junto a las comisuras de mis labios; débiles porque jamás sonrío, porque jamás me han hecho sonreír. Me peino con los dedos la media melena negra que me llega casi hasta los hombros y la desenredo un poco con los dedos. No soy nada cuidadoso conmigo mismo pero por los pocos comentarios que he escuchado sobre mí persona, resulto atractivo para el sexo femenino. “Ese aire de chicho malo y de estar siempre tan callado le da un toque interesante, sexy” creo que es lo que he escuchado más veces. Pero amigas, no estoy interesado en vosotras y no, tampoco me van los tíos. No me gusta nadie ni nada, tan solo el Heavy Metal. Suelo mantener una distancia de seguridad con las demás personas, unos tres o cuatro metros a mi alrededor, odio que me rocen, que claven una mirada en mis ojos claros y se queden media hora observándolos; intentando descifrar si son azules o grises. Me quito el pijama, de un triste tono gris que me hace parecer un presidiario más que un chico de diecisiete años, aunque, sin duda, esto se parece mucho a la cárcel. ¡Hasta las ventanas tienen rejas por si nos intentamos escapar! Lo siento pero no me atrevo a probar si el viejo truco de las sábanas funciona en mi huida y menos, teniendo en cuenta que estamos en un noveno piso. Me ducho con lentitud, como siempre, estando debajo del agua unos diez minutos antes de empezarme a enjabonar, siempre quieto, mirando a la pared, con un brazo apoyado en la misma y mi cabeza reposando sobre éste. Disfruto del agua escurriéndose por mi espalda y del creciente olor a cruasanes que se cuela por debajo de la puerta. Anna Elle es una perfecta cociera, siempre ha estado en el orfanato y es la típica viejecita con gafas de cristales anchos, pequeñita y realmente achuchable; de esas que te suben un vaso de leche calentita los días de invierno si tienes catarro y te dice con una sonrisa sincera que puedas llamarla en cualquier momento de la noche, que vendrá a socorrerte. Pensar en ella me pone algo que se podría acercar a lo de sentirse “contento”. Me gusta mirar como cocina, como día tras día prepara unas deliciosas comidas y cenas y jamás se repite en la semana. Me acelero un poco en la ducha, esta mañana me apetece desayunar viendo como Anna Elle llena los cuencos para los niños de cereales, sin ponerle jamás a unos más que a otros.

Salgo de la ducha con cuidado, aquel trasto viejo es más traicionero que una serpiente, me pongo el albornoz y me vuelvo a pasar las manos por el pelo, quedando ya peinado para el resto del día. Como es habitual, no he traído la ropa al baño, por lo que salgo con rapidez con el albornoz puesto y entro de nuevo en mi pequeña habitación. No tardo en decidir que ponerme, tampoco hay mucho donde escoger. Pantalones vaqueros rotos por todas las esquinas pero “arreglados” por mí; camiseta de grupo de metal y botas negras. Un atuendo estupendo para el primer día de castigo en el instituto. Había escogido el itinerario de artes, por lo tanto tendría mi preciada asignatura de dibujo pero habría que añadirle, historia del arte, historia normal y una asignatura a parte tan solo para arte. Eso sí que no prometía nada, tan solo clases interminables de soporífero aburrimiento.

En cinco minutos estoy cambiado y bajando por las escaleras para dirigirme a la cocina. Elena se dedica a colocar los cubiertos y algunas magdalenas sobre las mesas que pronto ocuparán las fierecillas. Me saluda con un seco buenos días y yo tan solo soy capaz de dirigirle una pequeña mirada, sin mover un solo músculo de mi cara, casi de mi cuerpo y esto me ha llevado unos increíbles catorce años. Elena no me ofrece confianza, es una mujer de unos cuarenta y cinco años, divorciada y que también lleva toda la vida trabajando en el orfanato pero para nada es como Anna Elle; Elena no es dulce, no es afectiva y para nada es nada empática. La he oído quejarse de mis modales, de que jamás saludo y de que trato fatal a los críos pero lo siento, así he sido forjado.

Llego hasta la cocina y Anna Elle da un pequeño saltito, al no esperar a nadie por allí en aquel instante. Tan dulce como siempre, me dirige una sonrisa y hace un hueco en el mesado para que pueda desayunar. No es la primera vez que almuezo allí pero jamás me ha preguntado el porqué de querer hacerlo, ella simplemente empieza a hablar y aunque no le conteste no se enfada, jamás me ha puesto una mala cara. Querría ser capaz de poder explicarle lo importante que es para mí, lo que me gustan sus historias de cuando era niña o lo buenas que están sus lasañas; pero no, esta maldita timidez tan solo me deja acercarme al mesado y bajar la vista hasta que tres cruasanes y un vaso de zumo se interponen en mi visión. Como un perro, que aguarda su comida con la cabeza gacha, eso es lo que soy.

    - ¡Tres cruasanes para el chico más madrugador de todo el hotel! –Anna Elle siempre llamaba así a La casa del terror, nos hacía creer desde pequeños que allí estábamos de vacaciones y que algún día nos marcharíamos y seríamos felices-. Por si el primer día de clase no fuese un horror, querido Theron, debo informarte de que también dan lluvias ¡así que conque te pille saliendo sin llevar un paraguas te aseguro que no tendrás doble ración de lasaña al medio día!

Tengo ganas de sonreírle por aquel comentario, de reírme. Anna Elle siempre me ha tratado como a su propio hijo, mucho mejor que al resto de chicos del orfanato y es la única que me “conoce”, aunque solo sea un poco. Mi timidez es algo que se observa a kilómetros pero ella es capaz de ver algo más profundo que eso  y me da mucho miedo; que pueda descubrir cosas que ni siquiera yo soy consciente de ellas. Anna Elle pasa muy cerca de mí, rozándome en la espalda con su delantal de flores pero no me importa, es a la única persona que dejo traspasar mi cordón de seguridad de los cuatro metros, al fin y al cabo he sido yo quien ha invadido su cocina.

Me aparto un poco, apoyándome sobre el mesado contrario y dejándole sitio para seguir haciendo los desayunos. Me trago el primer cruasán casi sin masticarlo, están realmente deliciosos y el segundo casi corre la misma suerte, si no me viese interrumpido por otra de las charlas de Anna Elle. Siempre me paro y la escucho con atención, siempre tiene algo bonito o importante que decir.

   -No sé qué es lo que te hemos dado a ti de comer diferente ¡pero te estás haciendo un hombre hecho y derecho! –se ríe con suavidad y saca la leche de la nevera para echarla en una gran olla para calentarla-. Cualquiera que me vea, a mi edad, piropeando a un chiquillo tan joven pero Theron, tú sabes que te adoro por encima de todo, ¿eh? –dice girándose hacia mí, riéndose y guiñándome un ojo.

    -Y yo –susurro, casi sin que se me oiga.

Increíblemente, con Anna Elle es con las pocas personas que puedo pronunciar alguna palabra y eso los días que estoy más suelto, más “contento” dentro de lo que cabe en mi mierda de vida. Ella me contesta con otra sonrisa más reluciente y me tiende un vaso con café recién hecho y recién molido. Lo acepto agradecido y le meto un buen trago antes de ponerme con el último cruasán. Lo unto un poco en el café y antes de que pasen dos minutos ha tenido la misma suerte que sus hermanos y ahora reposa en mi estómago. Me termino el café en dos sorbos y me encargo de recoger mi taza y el plato y de dejarlos en el fregadero. Antes de salir doy dos golpecitos en la puerta, con suavidad, era mi forma de decirle gracias y que me marchaba a clases. Siempre había sido así. Subo con rapidez a cepillarme los dientes y a por una chaqueta, justo cuando la muchedumbre somnolienta de niños comienza a levantarse de  la cama. Hoy, que es el primer día que toca madrugar parecen un séquito de zombis de una película de serie zeta que van a chupar cerebros por ahí. Creo que si los filmaba y vendía las imágenes a cualquier programa de esos de medianoche de sucesos paranormales me haría rico.

Y entre tanto zombi, tanto esquivar niños, mocos y bostezos salgo con prisa del edificio y no me doy cuenta de que se me ha olvidado el paraguas hasta que una fuerte ráfaga de lluvia se estampa contra mi cara. Hoy me había quedado sin ración doble de lasaña, Anna Elle siempre se enteraba de todo, es como una bruja (buena y sin verruga en la nariz) siempre lo sabe todo. Echo a andar rebujado dentro de mi chaqueta de cuero hacia el instituto, que queda a bastantes calles del orfanato en el que malvivo.







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3 comentarios:

  1. Oye, oye, ¿porque este pedazo de tío bueno al que le echaría unos cuantos polvos me recuerda a Z?
    Como me gusta. Yo es que no has empezado y ya estoy obsesionada con Hylekia y él.

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  2. VAYA CON EL TEXTO!
    Me ha... encantado (?) no, ni eso, lo siguiente creo yo sisi
    jajajjaa
    bueno un beso, te espero por mi blog!

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  3. ¡Me alegro de que os haya guuuuuuuuuuuuustado! : DD

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