Hoy todos mis miedos se han despertado, quizás algunos ya no estaban muy adormecidos y otros ya entreabrían un ojo. He vuelto a pasear sin gusto por los corredores de la demencia, por mi muerte en vida y me he echado a temblar. Me han recordado que soy un despojo de la humanidad, aquel tanto por ciento del que la gente huye y que las madres, cuando van con sus niños pequeños, le aprietan la mano con fuerza para que ni los roces. 

Intentan hacerme creer que con sus drogas de diseño esto se puede solucionar y no son más que un placebo para mí, un placebo que se extiende como una manta por encima de mis miedos y no deja que los vea pero están ahí; revolviéndose en la oscuridad, enfureciéndose y cuando encuentren la luz saldrán con fuerza, dolorosamente y con ganas de hacerme daño.

Porque el miedo nunca muere, tan solo se tapa con emociones superiores, con un sentimiento que te inspira confianza de que todo va a ir bien y que los monstruos del ayer se quedaron en el pasado.

Por lo menos puedo narrarte que es lo que me quema en las entrañas y en los ojos, puedo describirte las últimas esperanzas que se escapan por mis lacrimales y que dejan un rastro de nunca más a su paso, por mucho que algo en mi interior quiera convencerme de que todavía cabe una posibilidad de ser feliz. Que soy la chica de hielo y solo yo soy capaz de dejar toda mi mierda de lado y sonreír.

Pero quiero luchar. Debo luchar. Y sé que puedo. Me levantaré, me caeré y me sentiré como una estúpida, una pesada que se empeña en conseguir un afán perdido, una imbécil que se embadurnará con sus gilipolleces  y me preguntaré una y mil veces a mí misma ¡¿pero por qué cojones lo sigues intentando?!  
Seré una guerrera sentimental, una sinceridad absoluta y solo entonces estaré luchando por lo que quiero
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