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Aquella mañana fue a hacer fotocopias y nada más entrar se sintió atraída por una fuerza que la obligó a girar su mirada hacia una esquina. Era como una atracción casi gravitatoria.
Y le gustó.
Él.
Tardó en darse cuenta de quién era y lo reconoció aunque esa mañana no se bañase en el mar.
En sus ojos.
Sintió que algo especial debería de ser cuando por dos o tres veces se fijaba en la misma persona, se sentía orbitar.
Y le dio pena que se fuese, sin fijarse, sin saber ni siquiera su nombre. Pero guarda la esperanza de que vuelva, como las olas constantes del mar que acarician la playa.

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