La desesperada carrera de Lilian


La oscuridad se cierne sobre París y cada vez es más difícil avanzar entre la gente que se apresura por llegar a sus casas. Lilian está agotada, sus piernas no dan más de sí y en la lejanía ve La Tour Eiffel. El cansancio le empieza a pasar factura, lo que hace que su vista se nuble y vea la torre de la forma más siniestra que jamás hubiese imaginado.


Como si sacara las fuerzas del bolsillo, toma un gran respiro y echa a correr de nuevo hacia el monumento mientras que escucha el tañido de las campanas que anuncian las ocho. La calle está llena de turistas, como es habitual, pero le busca desesperada entre la multitud. Aparta a empujones a todo aquel que se le pone por delante cuando en el instante en que suena la última campanada le ve sentado en un banco.


-¡Adrien! –grita por encima del murmullo de la gente, pero no logra escucharle.


Ve como mira su reloj, intentando cerciorarse de que aun no son las ocho y las campanas han sonado antes de tiempo sólo para hacerle sufrir. Levanta la vista entre la multitud buscándola, pero entre tanta gente es incapaz de verla. Desanimado y con lágrimas en los ojos, se da la vuelta y pone rumbo al hotel. Quizás haya esperado demasiado tiempo para volver a París. Quizás ella se haya cansado de esperarle…


Lilian ve como su gran amante le da la espalda y comienza a caminar cabizbajo. No puede soportar esa imagen de nuevo, por lo que empuja a la gente que está a su alrededor. Comienza a correr gritando su nombre a los cuatro vientos, cuando de repente, parece oírle.


-¡Adrien, por favor! –grita sollozando y con su corazón martillando en su pecho.


Él levanta la cabeza como un acto reflejo y se gira lentamente hacia ella. Por un momento, la mirada de los dos amantes se enlaza y sobran las palabras para decir algo. Lilian diluye la distancia que los separa y lo abraza con fuerza, temiendo que se desvanezca si afloja sus brazos.


Sin poder contenerse, de sus ojos brotan lágrimas de alegría mientras que Adrien le acaricia suavemente el pelo.


-¿Dónde has estado todo este tiempo? –le pregunta entre sollozos-. Todos los días desde que te fuiste he rezado para que volvieras a aparecer en el umbral de mi puerta.


-Mi querida Lady, ya sabes que París no es para mí. No soporto la vida que se lleva aquí y menos aun la hipocresía que se respira. He venido a despedirme de ti, me voy lejos, más allá de los límites de los mapas.


-No, no… ¡NO! –grita Lilian rompiendo su abrazo y mirándole con ojos desorbitados-. Ahora que te he recuperado no puedo dejarte marchar –continúa presa del pánico.


-¡Tranquila, Lil! –dice, llamándola con su apodo cariñoso, ya que se negaba a llamarla Lilian-. Te prometo que algún día volveré. No sé cuando. Quizás cuando París deje de ser un apestoso agujero de ratas, volveré contigo.


-Adrien… No me puedes volver a hacer esto –rompe a llorar desconsolada-. Me iré contigo, da igual a dónde vayas; no me importará.


Adrien ríe suavemente ante las palabras de ella.


-Lil, ¡tú amas París y París te ama a ti! –le sonríe-. Sin ti, la luz que ilumina esta ciudad cuando actúas sobre un escenario se apagará y todo quedará lúgubre y deshonrado por tu huída. Todo será siniestro y oscuro sin la voz celestial y el baile angelical de Lilian –le dice con el tono más dulce que sabe poner.


-¡Todo eso me da igual! ¡Sólo tú me importas! ¿No puedes entender eso? –tartamudea.


-No hay nada más que hablar, Lil –corta agarrándola por los hombros-. Sabes que siempre estarás en mi mente, mi pequeña y dulce Lady Lily Anne.


Sin decir nada más, roza con sus palmas de la mano la suave piel de la tez de Lilian por última vez y deposita un beso en su frente. Sin dejar tiempo para que ella vuelva a empezar a suplicarle que se quede, se da la vuelta y anda lo más rápido posible. Si por algún casual ella le vuelve a pedir que se quede con ella, no tendrá la fuerza de voluntad necesaria para irse.


-¡Adiós, mon amour! –grita y guarda en su mente las últimas imágenes que le quedan de él.


“Después de una semana de búsqueda por todo París, no se ha hallado ni rastro de
la exitosa cantante y bailarina Lilian Lacroix.
Nadie del Boulevard donde
trabaja se puede explicar su repentina huída, visto el éxito que estaba
alcanzando su carrera. Algunos testigos del Café Venise afirmar que un hombre
habló con ella durante unos segundos y Lilian salió corriendo detrás de
él.
Un fiel admirador tuyo, Roger Deveroux, periodista del París Nouvelle;
pide tu regreso, nuestra queridísima Lilian”.
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