Madrugadas de esas que despiertan envidias

Amanece conmigo

Era otra de esas noches en las que me había pasado con el café, aburrida de esperar a que salieses de tu cueva y como no, siempre estabas demasiado ocupado con tus malditos estudios como para dirigirme una simple mirada. Me colé en tu habitación sin llamar a la puerta y te encontré sumergido entre aquellos libros que sólo contenían palabras impronunciables y más cosas de esas de médicos que nadie entendía. No hizo falta que dijeses nada, la cara de cabreo que pusiste al verte interrumpido por mi risa floja y mi andar torpe fueron suficientes para demostrar tu mal humor. Llegué hasta el escritorio y sin querer tiré los libros que estabas devorando. Un gruñido casi animal salió del fondo de tu pecho que sólo consiguió quitarme una sonrisa de triunfo. Dioses, como me encantaba enfadarte de aquella manera. Me faltó tiempo para tirarme sobre tus labios y devorarlos con hambre de ocho días. Sí, ocho malditos días que llevabas metido en aquella habitación sin salir y yo sin follar, bueno, ambos. Viste mis intenciones a leguas pero por mucho que te intentabas resistir tus manos ya estaban bajo mi pijama y tus pensamientos ardiendo en deseos con las lujurias que se te pasaban por la cabeza. Joder, antes de que me tiraras sobre la cama ya estábamos desvestidos y aquel hambre que demostraste por mí no hizo más que calentarme entera. Jamás había sentido tus manos tan grandes, tus caricias tan intensas y profundas, tus labios con aquel sabor tan pecaminoso, todo tú siendo el grito personificado del puro placer. Olvidé cuántas veces murmuré tu nombre entre suspiros, los arañazos que te hice, los besos que se convirtieron en mordiscos o simplemente la de veces que tuve que suplicar casi que parases o me rompería en plena explosión de placer. Sacando tu vena chistosa y poniendo voz de médico me explicaste que aquello era lo que la gran mayoría de la gente inepta llamaba clímax. En aquel momento no había comprendido lo de ineptos pero cuando seguiste haciendo aquellos tortuosos movimientos de placer y lograste que me quedara sin habla después del grito que rompería cualquier cristal; entendí a que te referías. En la vida me habías arrancado aquello tan indescriptible que no se podía llamar sentimiento, porque era mucho más profundo que eso; increíblemente delirantes aquellas llamas que te abrasaban por dentro hasta decir basta pero que en verdad era un no querer parar. No sé de donde quitaste las fuerzas para no caer derrumbado sobre mí y a la vez me sorprendiste sacando esa dulzura que tenías guardada bajo cien mil candados para regalarme un beso en la mejilla de esos tan largos que parecen que hacen ruido y cosquillas mientras los das.

-Eso de estudiar durante ocho días seguidos parece ser tu mejor afrodisíaco –bromeé aunque no me quedara casi aire en los pulmones.

-No seas tonta, si no me hubiese acompañado algo tan exquisito como tú no hubiese sido posible despertar a la mitad del vecindario. La próxima vez que vengas a preocuparte por nuestra integridad sexual procura que no sea tan de madrugada, los vecinos deben de estar maldiciéndonos por haberlos despertado y a mí por pura envidia. Jamás tendrán a una mujer tan sublime como tú en su cama, o eso espero porque sé que eres la única que existe.
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7 comentarios:

  1. hola!!
    me encanto el blog!!
    te sigo por supuesto ^^
    si tienes tiempo pasate por mi blog! y si te gusta sigueme como yo ati!!
    Un beso guapa :)
    y sigue asi!

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  2. tienes un premio esperándote en mi blog :)

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  3. Me enamoré de tu blog :)
    Una entrada preciosa, te sigo!

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  4. A mi es que a una de estas madrugadas no le digo yo que no joder *___*

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  5. Guau, me ha encantado todo lo que he visto por aquí, en serio.

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  6. Genial, una madrugada verdaderamente envidiable, haha.

    Besos :)

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