Han pasado más de dos años y quizás sea un poco tarde pero voy a escribir una vez más sobre Aleksi y Wint. 



Fuimos los amantes más sangrantes conocidos, derramadores de las lágrimas más saladas y tristes que se han visto en la faz de la tierra. Fuimos absolutos amantes, fuiste un tremendo mentiroso y yo, seguramente, el alma más desgarrada que se ha paseado por las calles del planeta. 

Todavía tengo esquirlas de dolor clavadas en el corazón, muy profundas y que mantienen viejas heridas abiertas, en carne viva, sangrando. Pero ahora mismo no me importan mucho, me encargaré de sanarlas con un poco de Betadine cuando esté en el sofá de mi casa, tranquila, relajada, sabiendo que estás bien. Que por mucho daño que nos hallamos hecho me sigo preocupando por ti, con cada trocito de mi corazón que has dejado magullado y destrozado. 

Ahora mismo estoy sentada en la sala de espera del hospital, fría y blanca como la nieve. El olor a desinfectante se me clava en la nariz y hace que me pique pero no soy capaz de rascarme ya que mis manos están muy ocupadas tabaleando nerviosa y frenéticamente sobre mis rodillas. Te han sacado de la ambulancia en una camilla, de esas que hacen ruido con las ruedecillas como en las películas y han corrido hacia un box. A mí me han dejado plantada frente a la entrada de las urgencias, con la mirada clavada en la puerta por la que has desaparecido con un sonido opaco de las puertas al cerrarse. Creo que ha venido una enfermera, casi ya una ancianita y me ha traído a esta sala. Me ha estado hablando con todo suave pero no recuerdo con claridad sus palabras, supongo que ha intentado tranquilizarme. 


Te imagino a ti, en la misma tesitura en la que estoy yo ahora, con la mirada perdida en la pared y esperando a que saliese un médico vestido de verde a decirme que todo estaba bien, que todo iba a estar bien. Hace daño esta incertidumbre, esta culpa por no saber lo que venía cuando te desvaneciste en mis brazos, por no saber que de verdad te estabas yendo de mi lado y pretendías que fuese una despedida final. Y es que tú no eres el único malo de esta historia. Mi forma de devolverte la jugada, el dolor que me provocabas con cada perfume de mujer en tu ropa no era comparable a esta eterna espera con olor a hospital y miedo. Debemos cambiar muchas cosas, tú, el pasado y yo. 


Es ahora cuando el médico, bajito y vestido de verde, con aspecto de duendecillo, que sale de la habitación donde te has metido y se dirige hacia mi sacándose su mascarilla. Sus pasos se me hacen infinitamente lentos, como si quisiese hacerme sufrir ¿por qué no venía corriendo? ¿Es que a caso traía una mala noticia? Mi corazón se golpeaba fuertemente contra mis costillas sin que yo pudiese hacer nada por calmar esos fuertes latidos y mantenerme respirando a la vez. El hombre se sentó a mi lado, con cuidado, como si le doliesen las piernas o quizás era dolor de corazón por la noticia que me tenía que dar. 


-Debo decirle que su novio ha tenido mucha suerte.


Mi novio. Mucha suerte. ¿A caso era esto algún tipo de alucinación? Aleksi y yo nunca habíamos sido novios, habíamos sido mucho más que eso, más doloroso y más pasional. Límites desconocidos en la palabra novios, en realidad, en ninguna palabra existente. Simplemente éramos él y yo. Sin sinónimos. Sin antónimos. ¿Y suerte? ¿Alguna vez habíamos tenido suerte alguno de los dos? Habríamos tenido suerte si jamás nos hubiésemos cruzado uno en el camino del otro, eso habría sido una fortuna incomparable a cualquier montaña de oro.


O no. O quizás no. Igual era una segunda oportunidad u otra burla del cosmos contra nosotros. Más dolor, más lágrimas y mucho, mucho más sufrimiento el que nos aguardaba. Pero daba igual, fuera lo que fuese, no he llegado a la conclusión mientras corro, con los gritos del médico persiguiéndome, indicándome que no puedo entrar en el box. Pero ya da todo igual mientras te estrujo en mis brazos, rodeados de cables y vías. Tal y como hacías tú conmigo. 

Compartir:     Facebook Twitter

0 comentarios:

Publicar un comentario

¡No muerdo, comenta!